Hoy nos hacemos eco de un excelente artículo de opinión aparecido ayer en el periódico Mediterráneo de Castellón firmado por Wenceslao Rambla, catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universitat Jaume I de Castellón. Suscribimos plenamente lo dicho en este texto.
Estos días se ha levantado en Castellón cierta polémica ante la posible demolición de las dos chimeneas de la Central Térmica sita en el Serrallo del Grao, lo que acarrearía una pérdida de elementos adscribibles a lo que se denomina patrimonio industrial.
En nuestra ciudad y otras cercanas se han ido eliminando, desde hace años, instalaciones y elementos obsoletos o inactuales (almacenes naranjeros, casones, depósitos de agua…) en aras de la lógica modernización y desarrollo, siendo así que este en absoluto queda reñido con la preservación de construcciones, maquinaria e ingenios mecánicos (gasómetros, telares, locomotoras…) de un tipo de valor histórico-patrimonial indiscutible. Por supuesto que Castellón y su provincia disponen de un rico legado de índole artística, pictórica y arquitectónica, religiosa y civil. Sin embargo es escaso en lo relativo al industrial. Por eso llama la atención que lo poco que se tiene en ese ámbito no se proteja lo suficiente, no se ponga en valor (no en valor económico, sino cultural. Algo que, por cierto, se convierte a la postre, bien gestionado, en ganancias). Así, se me ocurre traer a colación la fábrica textil Dávalos; obra que ocupa una manzana entera articulando tres naves encadenadas que dan lugar al shed típico del paisaje industrial.
Ejemplo, este edificio de Josep Gimeno Almela, de la poquísima arquitectura industrial que posee nuestra ciudad y que, aun cumpliendo ahora 100 años, está muy bien conservado. De ahí que me parezca poco afortunada la idea –como apunté en su día– de dedicarla a un espacio de esparcimiento juvenil o cosa similar en vez de aprovechar este edificio singular para hacer un museo de la ciencia o del diseño industrial; o sea, algo acorde con su propia historia. Contaríamos así con una instalación de la que carece nuestra Comunitat Valenciana: algo vivo que serviría para poner más a Castellón en el mapa de lo cultural y ofertarlo como potenciador del turismo cultural. Es absurdo, pues, no rentabilizar potentes referentes como este para otros usos o menesteres espúreos. Algo que ni se habría pensado hacer en países avanzados como Gran Bretaña, Suecia, Holanda o Alemania.
De modo que, en esta línea de reflexión, es por lo que las antiguas chimeneas de la térmica del Serrallo deben conservarse y lograr su catalogación como Bien de Interés Cultural. No en vano constituyen un ejemplo de un segmento espacio temporal de la reciente historia de Castellón.
Conviene recordar que la cultura material se entronca con la conceptual, pues no en vano los productos o servicios que generó vienen a ser la objetivación del espíritu como diría Hegel, el Zeitgeist o espíritu de una época. Y creo que nadie puede renegar de la memoria histórica, se trate de personas cosas o instalaciones. En este sentido por tanto, y sin entrar en banderías políticas de uno y otro signo, la arquitectura industrial –como sostienen expertos internacionales y sobre todo la historiografía contemporánea– constituye la arquitectura del siglo XX y como tal debe protegerse. Unos altos hornos son los campanarios del hoy, una fábrica figura la catedral del siglo XX…, al igual que los modeladores informáticos en 3D vendrían a ser la perspectiva científica del Renacimiento puesta al día: la nueva representación y modelización del futuro que ya es presente.
Y así, aunque ya estemos inmersos –por no decir navegando– en la era de las NTICs, somos hijos de la Revolución y Sociedad industriales: las máquinas de vapor, las centrales hidroeléctricas y las térmicas, como las atómicas (que seguramente antes de un siglo serán cosa del pasado), etcétera… han hecho posible, mejor o peor, para bien o para mal, nuestro nivel de vida actual. No en vano, como nos recuerda Deyan Sudjic, director del Design Museum de Londres, no ha cesado ni un momento la reivindicación de la ingeniería como el verdadero arte del mundo moderno.
La cultura en serio: con k de Kultur, con k de Kunst, con k de GesamtKunstwerk no solo implica saber literatura, pintura o filosofía, sino también conocer el nivel tecnológico alcanzado en un período de nuestro devenir. La cultura comprende todo lo que, cultivado por el ser humano, ha llevado a hombres y mujeres al estadio evolutivo en que nos hallamos, con sus luces y sombras, pero como incuestionable hecho empírico. ¿Vamos a ignorar todo esto? ¿Vamos a despreciar unas cosas sí y otras no de esos objetos resultados de la innovación y creación humanas a lo largo de la historia? No parece de recibo. Así pues, proteger y restaurar una catedral, sí. Admirar y conservar una colección de cuadros también…, pero proteger un alto horno, un telar, un molino, un puente ferroviario del XIX, una fábrica, un pithead… también.
En definitiva, entendamos de una vez por todas la cultura en sentido amplio: como devenir antropológico y técnico, pues no en vano la ciencia y la tecnología son cultura, al igual que las humanidades deben considerarse ciencias y no pasatiempos. Y así, obremos en consecuencia.
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