Publicat en «Las Provincias», diumenge 2 d’octubre de 2011:
PABLO SALAZAR.Con toda seguridad, la nueva plaza Redonda, la que surgirá cuando finalice la reforma en marcha, será mejor que la actual. Será un espacio más diáfano, más limpio, no olerá tan mal, habrá más luz, los vendedores tendrán más comodidades, estará todo más ordenado. ¡Alto! Paren máquinas: más ordenado. Esa es la clave, la obsesión de nuestros dirigentes y de algunos/muchos de nuestros arquitectos e ingenieros por tenerlo todo ordenado, medido, calculado, milimetrado. Vayan al paseo marítimo de Valencia (en realidad, a cualquier paseo marítimo) y observen el paraíso del orden, de la línea recta, de las palmeritas alineadas, de cientos de farolas en serie, papeleras y bancos para sentarse también en serie, los restaurantes de hormigón simétricos, todos iguales, diseñados en un despacho de la demarcación de Costas, tal vez en Madrid, sin ninguna relación con su entorno, dejados caer, extraños, raros, ajenos.
La plaza Redonda necesitaba una limpieza, eso es evidente, pero dudo mucho que la nueva plaza Redonda, aún siendo funcionalmente mejor, me guste más. También es verdad que yo tengo fama de rarito y que encima transito por una edad en la que lo vivido ya es más de lo que me falta por vivir. Así que los recuerdos empiezan a acumularse y aparecen multitud de espacios de la infancia y de la juventud que ya no existen o que se han transformado, y no siempre para bien. A mis 48 años puedo decir que en Valencia he asistido a representaciones en teatros que ya fueron derribados, he visto películas en cines que ahora son gimnasios o tiendas de ropa, he visto carreras de galgos en canódromos que pasaron a mejor vida, he comprado en comercios y comido en restaurantes y cafeterías que ya hace años bajaron la persiana, he estudiado (es un decir) en una Facultad de Derecho que ya no es Facultad de Derecho, he viajado en tranvías y trolebuses que en la noche de los tiempos fueron convertidos en chatarra… Mejor no sigo. Con decirles que nací en una clínica que años después pasó a ser sede de una Conselleria, y viví en una finca -en la esquina de Barcas con la plaza del Ayuntamiento- que entonces era de viviendas y ahora es de oficinas.
Sí, es verdad, tal vez sea nostalgia. Nadie discute que las ciudades cambian, que tienen que evolucionar, transformarse y modernizarse. Ahí, además, radica parte de su propia vida y de sus posibilidades de supervivencia, en el negocio que todo ello mueve. Yo puedo recordar con cariño el trenet al Grao y aquella alquería escondida cerca de la parada de La Cadena en la que un día, paseando con María José, descubrí que la dueña, Amparito, cocinaba paellas por encargo. Una delicia en mitad de una huerta que también se fue. Pero tengo que reconocer que el tranvía que lo sustituyó ha sido un avance, que aquel viejo tren no podía seguir atravesando barrios como Benimaclet o Benicalap, dejando tras de sí una huella de atropellos mortales. Puedo añorar el mercado de Colón cuando era mercado y no lo que es ahora y cuando podías comprar tomates de verdad que te ofrecía una vendedora que me llamaba ‘bonico’ -igual era familia de Jaime Ortí…- y a mi madre ‘señora’. Pero los nuevos tiempos, siempre los nuevos tiempos, acabaron con aquel mercado, que se vio superado por los supermercados y por los hipermercados y que no supo ganarse un hueco entre la clientela como el Central, Ruzafa o el Cabanyal.
No, no vale la pena ponerse sentimental, no tiene sentido añorar los espacios de la infancia, aquellas vías del desaparecido ferrocarril a Aragón por donde discurría un circuito de carreras que hacíamos en el colegio de El Pilar y que hoy son las fincas modernas del barrio de les Alqueríes. La ciudad no entiende de sentimientos, el desarrollo urbano no puede pararse por los recuerdos de sus ciudadanos, pero el caso es que sé que voy a echar de menos aquella plaza Redonda con sus puestos de toda la vida, de uralita o aluminio, que ya sé que no eran los originales, pero que son los que yo he conocido desde siempre, cutres, feos, cero diseño, envueltos por el género que ofrecían, atrapados por una atmósfera dudosa, por una mezcla de olores y colores, pero mediterráneos y vitalistas, muy nuestros, cuando nosotros éramos nosotros, antes de querer ser los otros. Ahora que se acaba la Global Champions Tour, que ya no tenemos Copa América y que quizás algún día nos quedemos sin Fórmula 1, siempre nos quedará la paella, la naranja y la horchata. La lástima es que habremos perdido la plaza Redonda.
http://www.lasprovincias.es/v/20111002/opinion/adios-plaza-redonda-20111002.html
http://conocevalenciapaseando.blogspot.com/2011/10/la-plaza-redonda-como-principios-del-xx.htm
http://www.lasprovincias.es/v/20110930/valencia/plaza-redonda-nunca-vista-20110930.html
http://www.lasprovincias.es/v/20110923/valencia/derribos-devuelven-plaza-redonda-20110923.html
Com us quedeu? Què opineu?
Sí, las ciudades tienene que modernizarse. París se ha modernizado sin construir aberraciones que no pegan nada con la estética de un barrio sólo porque son «nuevas». A ver si aprendemos un poco de lo que es progreso de verdad en Europa. Valencia se está convirtiendo en una ciudad kitsch y fea, de mal gusto. A ver si me voy pronto, me duele ver el poco respeto que se le tiene.